lunes, 30 de mayo de 2016

Helena, un morocho jamaiquino y mi mujer

Cuento de Anita continuación de este del 29 de Abril..
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Ana me llamó ese viernes a la oficina para decirme que tenía ganas de pasar el fin de semana en nuestra quinta, pensando invitar a su amiga Helena y a su esposo.

El sábado temprano salimos hacia allá. Pasamos un día espectacular los dos solos, descansando al aire libre, tomando sol, disfrutando de la pileta y por supuesto, cogiendo como locos a la noche, gritando Anita a todo pulmón, sabiendo que nadie podía oírnos…

El domingo a media mañana apareció un auto desconocido, del que descendió Helena, exuberante como siempre, tentadora, muy cogible…
Detrás de ella, en vez de su esposo, apareció un morocho gigante, de piel bien negra… tan negra que parecía casi azul…

Helena se abrazó con Ana, se dieron un tremendo beso de lengua y después con una sonrisa cómplice, le presentó a su acompañante, quien muy sonriente abrazó a mi esposa por la cintura y le dio un beso en cada mejilla.

Luego Helena se acercó a mí, me abrazó y besó; luego me hizo un guiño:
“Víctor, te presento a mi amigo Duncan… es jamaiquino”
El morocho entonces me estrechó la mano y habló en inglés, disculpándose por no dominar demasiado bien el castellano.

No me atreví a preguntar dónde estaría en ese momento Jorge, pero me imaginé que andaría de viaje fuera de la ciudad.
Enseguida Helena y el morocho se cambiaron de ropa y se metieron a refrescarse en la pileta junto con Ana, mientras yo preparaba el asado.

Pude notar que Helena se refregaba contra el cuerpo enorme de Duncan y él la manoseaba cada vez que ella se le acercaba. Deduje que no era la primera vez que estaban juntos y la verga se me endureció de solamente pensar cómo la haría gritar ese negro a la tremenda Helenita cuando la cogía.


Después de almorzar mi exquisito asado, me excusé para ir a darme una ducha refrescante, que además me quitara el olor a humo que sentía en mi cuerpo. Luego me puse un traje de baño, dispuesto a disfrutar también de la pileta.

Al asomarme al jardín encontré una sorpresa bastante interesante:
Helena y Duncan estaban sobre una reposera, los dos desnudos: ella lo cabalgaba mirándolo a los ojos y él la sostenía por sus perfectas caderas, mientras su verga negra entraba y salía con suma facilidad de ese cuerpo que siempre he soñado cogerme algún día…

Helena gemía y jadeaba, balanceándose con un buen ritmo sobre las caderas del negro.

Mientras Ana los miraba desde una reposera cercana, recostada boca arriba con las piernas abiertas y una mano metida dentro de su tanga. Se estaba masturbando frenéticamente mientras observaba a su amiga coger con su amante negro.
Me acerqué a ella y le quité su mano de su pubis, metiendo la mía en su lugar. Sus labios vaginales estaban bien dilatados y humedecidos. El calor de su concha me volvió loco… Jugué un poco con su clítoris hasta que se tensó y acabó entre mis dedos.

Casi al mismo tiempo Helena tensó su escultural cuerpo hacia atrás, aulló como una buena perra en celo y nos dejó entender que había acabado con esa enorme verga negra enterrada en su concha.
Se limpió con una toalla y miró sonriendo a Anita, que le devolvió la sonrisa.

Duncan no había acabado; su enorme verga negra azulada estaba todavía bien erecta y apuntaba hacia adelante como un espolón.

De repente Helena llamó a Ana para que se acercara a ellos.
Anita sin titubear y sin mirarme se levantó de su reposera y se sentó junto a un costado de Duncan. Helena comenzó a pajear al negro suavemente, mientras Anita no perdía detalle. No le podía quitar la vista de encima…

De repente Helena dejó la pija de Duncan sobre su abdomen y tomó una mano de Anita, llevándola para que tocara esa impresionante cosa…
Ana no dijo nada pero tampoco rechazó con un gesto para apartar la mano. Se quedó quieta pero mirando hipnotizada el tamaño de verga que tenía en su mano y luego, muy despacio, comenzó a acariciarla suavemente, moviendo su mano hacia arriba y abajo…

Helena le preguntó: “¿qué te parece, amiga, es bastante grande, no?”

Ana parecía estar en una ensoñación y ni siquiera le respondió.
De repente apartó la vista de esa pija enorme y me miró. Al verme muy quieto mirando la escena me sonrió y siguió masturbando al negro…

Helena se incorporó un poco y empezó a besar el pecho a Duncan, que se repantingó un poco más en la reposera y se dejó hacer.
Ana volvió a mírame.
Dijo: “Tiene una textura increíble, voy a probar una cosa” y como si nada, inclinó su cabeza y sacó la lengua hasta tocar el glande. Luego abrió bien la boca y se metió la mitad de esa verga enorme adentro.

Helena dejó escapar una carcajada nerviosa; seguramente no pensaba que su amiga se animaría a tanto delante de mí…

Duncan me miró y sonrió pero no dijo nada, volvió a besar a Helena en la boca mientras mi mujer se la chupaba, cada vez con más ganas. Yo seguía quieto, con la copa en la mano y la verga bien dura de ver semejante espectáculo.
Helena se levantó y se arrodilló entre las piernas de Duncan, comenzando a lamer el pubis del negro, hasta que su boca se encontró con la de mi mujercita y entonces se dieron un tremendo beso de lengua entre ellas.

Duncan en este momento se incorporó y de un rápido manotazo le arrancó la tanga a Ana, metiendo un par de sus gruesos dedos en la húmeda vagina de mi dulce y caliente mujercita.

Ella se incorporó un poco y me dirigió una mirada pero yo estaba como hipnotizado y casi congelado y era incapaz de reaccionar.
Helena ahora bajaba su cabeza hasta la entrepierna de Ana y por el gemido que dejó escapar mi esposa, supe que su amiga estaba lamiéndole el clítoris con todas sus ganas…
Ana mientras tanto seguía comiéndose la verga negra que le ofrecían.
De repente comenzó a suspirar y jadear con mucha intensidad, señal de que la lengua de Helena estaba dando buenos resultados en su concha…

De repente, obedeciendo a un gesto de Helena, Duncan se incorporó con la verga tiesa entre sus manos y le ordenó a Anita que se pusiera a cuatro patas en la reposera.
Mi dulce mujercita obedeció sin rechistar, sus labios mayores se abrieron como una flor y Helena aprovechó para agacharse y empezar a lamerle esa dilatada entrada otra vez, haciendo que Ana suspirara, hundiendo la cabeza contra un almohadón y apretando los puños…
Duncan soltó un gruñido y entonces Helena se apartó dejando la concha de Anita totalmente lubricada, abierta y brillando al sol.
El negro se agachó un poco y me miró como buscando aprobación, mientras apoyaba la punta de su gigantesca pija sobre los labios vaginales de Ana.

Yo asentí con un leve gesto y entonces Duncan se impulsó hacia adelante, empujando su verga negra dentro del delicado cuerpo de mi mujercita. Muy despacio siguió empujando hasta meterla por completo.
Anita soltó un gemido prolongado, medio ahogado por tener la cara contra el almohadón. Duncan se arrodilló también y comenzó un lento mete-saca que fue acelerando poco a poco.
Así estuvieron más de diez minutos, el negro resoplando entre las piernas de mi dulce mujercita; Ana jadeando también de placer ante sus embestidas y Helena tocándose mientras se deleitaba con toda la escena.

De repente Anita levantó la cabeza y poniéndose totalmente rígida comenzó a jadear. Luego le pidió a Duncan que parara, pero entonces el negro aceleró la intensidad de la cogida. Ana insistió y le pidió que no acabara adentro, pero el negro sonrió y continuó cogiéndola con todo…

Enseguida Duncan comenzó a bramar, signo inequívoco de que estaba acabando con esa verga enorme empalada en el grácil cuerpo de mi esposa. Poco a poco se fue quedando quieto hasta que se echó a un lado de Ana pero sin sacarle la verga de su concha. Ella parecía estar en trance y empujaba el culo hacía Duncan como queriendo continuar la cogida.

Helena dejó escapar una carcajada y mirándome me dijo:
“Qué te pareció el espectáculo, Víctor?
“Te ha gustado ver lo perra que es tu mujercita cuando coge con otros?”

De pronto me levanté y me acerqué a Ana, tomándola de un brazo y tironeando de ella, le dije que era suficiente.
Ella se liberó bruscamente de mi mano y me suplicó casi llorando:
“Por favor, te lo pido, amor, necesito sentirla un poco más”

En esa postura a cuatro patas, vi como el semen de Duncan se le escurría entre los dilatados labios vaginales bajando por sus muslos.
Sentí que las cosas se me habían ido de las manos completamente, cuando Ana me dirigió una mirada terriblemente viciosa y me pidió que la esperara en la cama… Helena soltó una sonora carcajada.

Entonces solté su mano y me di la vuelta, dirigiéndome a mi habitación.
Un rato después pude escuchar gemidos y suspiros que venían del salón.
Para calmar mi curiosidad, me acerqué muy silenciosamente y entonces me encontré con un espectáculo que jamás había imaginado ver.

Ana estaba sobre la alfombra, otra vez a cuatro patas, mientras detrás de ella el negro Duncan la sodomizaba brutalmente, con embestidas violentas, lo que hacía a mi mujercita gritar de dolor y jadear de placer al mismo tiempo. La gruesa verga negra ahora entraba y salía con mucha facilidad por la puerta trasera de Anita, que me parecía, se debatía tratando de escapar a semejante cogida. Pero el negro la tenía bien sujeta, apoyando una enorme y pesada mano en la suave cintura de ella, mientras la culeaba como si fuera la última vez.

Pero lo mejor de todo era lo que sucedía delante de Ana. Sentada frente a mi esposa estaba Helena, recostada y con las piernas bien abiertas, ofreciéndole sus labios vaginales enrojecidos y abiertos a Anita.
Sujetaba la cabeza de mi esposa por los pelos, mientras la obligaba a comerse esa deliciosa concha. Además le espetaba riéndose:
“Vamos, amiga, quiero que me hagas acabar en tus labios…”

Ana seguía aullando al sentir ese poderoso ariete entrar y salir de su delicado culo, mientras cada tanto, su amiga la obligaba a ahogarse chupándole la concha.
Me di cuenta de que la escena me había excitado sobremanera, no tanto por ver a mi mujercita dominada y sodomizada por ese negro tan bruto, sino por la cara de perra de Helena cuando Ana le comía la concha a lengüetazos… Me habría encantado estar en el lugar de Anita, pero naturalmente, sin esa verga negra empalada en mi culo…

Unos minutos después ya no soporté más la situación. Pasé por la cocina para servirme una buena copa de vino y me dirigí a las reposeras junto a la pileta. Ya había oscurecido y el cielo estaba increíblemente tapizado de estrellas. Saqué mi pija bien endurecida y me hice una tremenda paja, que le dediqué a… Helena…

Un rato después apareció Anita junto a la pileta. Venía completamente desnuda y a pesar de la oscuridad, pude ver que tenía varios moretones en su hermoso cuerpo, donde Duncan la había aferrado para sodomizarla y que no pudiera resistirse. Incluso tenía unos mordiscones en las nalgas, que se veían enrojecidas por las palmadas que habían recibido.
Cuando se acercó, pude apreciar que varios hilos de semen fresco se deslizaban entre sus muslos…
Sin decir nada se acostó sobre mi cuerpo. Pude entonces sentir el olor a sudor que le había dejado ese negro sucio. Pero era peor todavía el olor a sexo que emanaba el cuerpo de mi maltratada mujercita.
La abracé y entonces se animó a decirme:
“Te pido perdón por lo que viste, pero no lo pude evitar; Duncan tiene una verga increíble y pensé que me iba a volver loca”. Gimió sensualmente.
“Te dolió semejante verga negra metida en el culo?” Le pregunté curioso.
“Al principio me hizo ver las estrellas, pero después me hizo tocar el cielo con las manos” Me contestó muy suavemente, midiendo sus palabras.
“El próximo fin de semana Duncan va a venir con un par de amigos…”

CONTINUA AQUI...

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